LOS MILAGROS DE SAN MARTÍN. LA CONVERSIÓN DEL REY Y EL PUEBLO DE GALICIA (O LOS SUEVOS) La lengua que desea contar tan grandes milagros se siente incapaz de hacerlo. El hijo de cierto rey de Galicia, llamado Carriarico, se encontraba gravemente enfermo. Había llegado a tal estado de lasitud, que solamente su alma le mantenía con vida. Su padre había abrazado la fe arriana junto con los habitantes de su reino. Pero aquella región se veía afectada por una epidemia de lepra más virulenta de lo que era habitual en las restantes provincias. Cuando el rey vio que su hijo se encontraba en una situación extrema, dijo a sus súbditos: "Os ruego que me digáis qué religión profesaba aquel varón llamado Martín, quien, según dicen, realiza grandes milagros entre los galos". Le respondieron: "Mientras estuvo vivo rigió con pastoral dedicación a un pueblo de fe católica, afirmando que el Hijo debe ser venerado junto con el Padre y el Espíritu Santo en igualdad de naturaleza y poder; pero ahora, ya en el cielo, no cesa de auxiliar a su pueblo con constantes beneficios". El rey dijo: "Si es verdad lo que me estáis contando, que marchen hasta su templo mis fieles amigos para llevarle muchas ofrendas; y si obtienen la curación de mi pequeño, habiendo aceptado la fe católica, creeré lo que él creyó". Habiendo tomado oro y plata en un peso semejante al de su hijo, lo envió hacia el venerado sepulcro. Cuando llegaron allí, después de hacer su ofrenda, oraron por el enfermo junto al sepulcro del Beato. Pero como aún estaban arraigadas en el pecho de su padre las creencias de su secta, no obtuvo la gracia de recibir pronto una total curación. Regresaron los mensajeros y contaron al rey los muchos milagros que habían visto junto a la tumba del Santo, diciendo: "No sabemos por qué no ha sido curado tu hijo". Pero él, comprendiendo que su hijo no podría sanar si él no creía en la igualdad de Cristo con el Padre, hizo construir una iglesia en honor de san Martín, y una vez terminada de forma maravillosa, proclama: "Si merezco recibir las reliquias del justo Varón, creeré todo lo que predican sus sacerdotes" Y así volvió a enviar a sus mensajeros con una ofrenda mayor que la anterior. Cuando éstos llegaron al santo lugar, pidieron que les concedieran poder llevar reliquias del Santo. Les ofrecieron tomarlas de la forma habitual, pero ellos dijeron: "No lo haremos así, sino que pedimos permiso para colocar sobre la tumba algo que después tomaremos". Entonces colocaron sobre el sepulcro una parte de un palio de seda que habían pesado previamente, diciendo: "Si encontramos gracia a los ojos de nuestro invocado Patrono, la tela que hemos colocado después pesará más, y será para nosotros la bendición que hemos buscado mediante nuestra fe". Pasaron toda la noche en vigilia y, al llegar el nuevo día, pesaron la prenda que habían colocado. Se había depositado en ella tanta gracia del Beato Varón que, colocada en una balanza, hizo subir en el platillo opuesto una libra de bronce hasta donde alcanzaba a subir ésta. Y cuándo llevaban las reliquias con gran alegría, los que estaban presos en la ciudad oyeron las voces de los que cantaban salmos y quedaban admirados de la suavidad de sus cánticos. Preguntaron a los guardias qué significaba aquello. Les respondieron éstos: "Reliquias de nuestro señor Martín son trasladadas a Galicia y por ello cantan así". Entonces ellos llorando invocaban a san Martín que con su visita los librase de la condena de la cárcel. Y los guardias aterrorizados se dieron a la fuga; se rompieron los cerrojos de las ataduras y estos hombres, libres, salieron de la cárcel y así, ante la mirada de la gente, vinieron hasta las sagradas reliquias llorando y besándolas y al mismo tiempo dando gracias al beato Martín por su liberación, porque él se había dignado salvarlos con su piedad. Entonces, habiendo obtenido del juez por mediación del obispo la redención de sus culpas, pudieron marchar libres. Cuando vieron esto los que conducían las reliquias se alegraron mucho y dijeron: "Ahora conocemos que el beato Obispo se digna mostrarse propicio a nosotros, pecadores. Y así, dando gracias, con una feliz navegación con la ayuda del Patrón, con olas suaves, vientos favorables, con las velas desplegadas, con mar en calma, llegaron velozmente al puerto de Galicia. Aquel mismo día un hombre llamado Martín, inspirado por Dios, llegó también desde una región lejana donde era sacerdote. Pero no creo que sucediera sin la intervención de la Divina Providencia el que se alejara de su patria el mismo día en que las reliquias fueron tomadas en su lugar de origen, y que llegara juntamente con ellas al puerto de Galicia. Los que recibieron con gran veneración esta reliquias refuerzan su fe con los milagros, pues el hijo del rey, libre de toda enfermedad, corrió sano a su encuentro. El beato Martín por su parte recibió el primado del estado sacerdotal. El rey, habiendo proclamado la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, recibió el bautismo juntamente con toda su familia. La amenaza de la lepra desapareció del pueblo y todos los que estaban enfermos se curaron, y nunca más en aquel lugar y hasta la fecha la enfermedad de la lepra ha afectado a nadie. Tal favor allí con la llegada de las prendas del beato Patrón concedió el Señor, hasta el punto de que contar todos los milagros que allí sucedieron aquel día sería demasiado extenso. A tal grado de amor por Cristo llegó aquel pueblo que todos aceptarían de muy buen grado el martirio, si llegase una época de persecución.
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